Desde hace muchos años siento una especial atracción por la fotografía del mar y de las playas, contempladas desde un plano en el que no cabe la figura del ser humano. Las concibo como espacios aislados, solitarios, enigmáticos, fríos, estáticos en los que nada pasa o, en el caso de que algo ocurra, se desarrolla a cámara lenta.
La playa como un lugar inquietante en el que la calma se puede romper en cualquier instante. Un espacio en el que la aparente nada se puede ver sobresaltada por la aparición de un encapuchado que cae a la arena vencido por el peso del enorme capirote que porta (Atmosphere, de Joy Division).
La playa como lugar mágico que ha conseguido librarse de su invasor, el ser humano, y se presenta fascinante y triunfante, mostrando de vez en cuando algún objeto que ha logrado arrebatar al hombre en su lucha por la liberación.